S Moda: Lali Espósito: «Todos somos hipócritas con el tema de la prostitución. Sabemos que está ahí, pero miramos para el costado»
Lali Espósito: «Todos somos hipócritas con el tema de la prostitución. Sabemos que está ahí, pero miramos para el costado»
Icono generacional en toda Latinoamérica, la intérprete y cantante argentina abraza la madurez profesional y emocional con ‘Sky Rojo’, la nueva gran apuesta de Netflix, protagonizada por tres prostitutas que huyen de un club.
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Una canción de la banda alemana Meute, conocida por fusionar el tecno con el sonido de orquesta, se antoja chocante en una centenaria taberna de Madrid. Tan disruptiva como el cartel amarillo que pide respetar la distancia social y decora las paredes de este local, de baldosa hidráulica y zócalos a media altura, junto a un mapa de las denominaciones de origen vinícolas, un póster del sesentero Real Madrid yeyé y carteles de exposiciones de Christine Spengler, fotógrafa y clienta asidua. Lali Espósito también saca la cámara de su móvil a pasear cuando no es ella la protagonista del retrato. «Hice muchas fotitos de detalle porque, claro, esto es muy español, pero hay algo también muy familiar para mí. Tengo una sensación de estar en casa, ¿viste?», sostiene la actriz y cantante, ídolo de masas en su Argentina natal, mientras se acomoda en una mesa al finalizar la sesión fotográfica. Encantada de «haber parecido una modelo de alta costura con mi 1,50 de estatura», se lamenta, sin embargo, de no haber podido disfrutar de la ciudad tanto como esperaba cuando se hizo con un papel en la serie que promete hacer de ella una estrella aún más internacional.
Espósito es una de las protagonistas de Sky Rojo, la nueva ficción de los creadores de La casa de papel, que acaba de llegar a Netflix para tratar de replicar el botín de repercusión global logrado por los atracadores con caretas de Dalí. La joven –acompañada por Verónica Sánchez y Yany Prado– da vida a Wendy, la más impetuosa de tres prostitutas que huyen en busca de su libertad en esta serie adrenalínica, lisérgica, macarra y deliberadamente atropellada, que quema tramas a la misma velocidad que los clientes del ficticio prostíbulo llamado Las novias se desprenden de sus billetes. Un caballo de Troya conducido por la sororidad con el que aspiran a golpear las tripas del espectador. «Queremos contar, desde la aventura y la ensoñación, lo que nadie se atreve: el mundo del proxenetismo y la trata de mujeres. España es el primer país de Europa en consumo de prostitución, estos clubes existen y a estas chicas les pasan estas cosas», afirma con un gesto acorde a la seriedad de su respuesta.
El personaje supone un punto de inflexión en la carrera de la artista de 29 años, seguida por ocho millones de personas en Instagram y varias decenas de paparazis por las calles de Buenos Aires. Nacida en el seno de una familia humilde de Parque Patricios, un barrio obrero al sur de la ciudad «en el que parecía imposible triunfar», con 10 años se escapó de casa para acudir a un casting y probar que el entrecomillado era erróneo. Hizo de los rodajes de 11 horas diarias su actividad extraescolar, en series adolescentes convertidas en fenómeno como Floricienta y Casi Ángeles. México, Colombia, España, Italia… su éxito tuvo réplicas hasta en Israel, que supuso su primer viaje en avión –23 horas de vuelo– a los 11 años. «Los fans hacían cualquier cosa por arrancarte un cabello del pelo, era muy bizarro. Nos trataban como al presidente de la nación y nuestra seguridad era gente del Mosad, pero aun así había chicas que se disfrazaban de empleadas del hotel para colarse por las cocinas y aparecer en tu pasillo», evoca. Era una niña que había tocado el cielo en una industria de adultos y que se refugió en su familia para no sucumbir a la fama. «Aunque viniera de dar 13 conciertos para 50.000 personas cada uno, al volver a casa, mi hermana mayor, Anita, me decía: ‘Te dejaste por ahí las medias sucias, ándate, pendeja».
Tras formar parte del grupo pop Teen Angels, desarrolló una exitosa carrera como solista para cimentar un estatus estelar en Latinoamérica. Todo el mundo sabe quién es Lali, y ella, que se reconoce privilegiada, presume de conciencia de clase. «Mi padre me dejó claro que la mayoría de la gente en el mundo trabaja de lo que puede y no de lo que quiere. Quizá por eso soy tan pasional, porque es maravilloso que pueda hacer lo que hago». Su discurso, veloz y extenso, denota esa pasión. Se muestra concentrada en todo momento, huye del cliché, pero no de las palabras malsonantes. No mira a su agente para intentar esquivar un tema proclive a la controversia, sino que lo aborda convencida de que tiene algo valioso que añadir. Y vaya si lo tiene.
«Todos somos hipócritas con el tema de la prostitución. Sabemos que está ahí, pero miramos para el costado. Nadie quiere hacerse cargo porque es engorroso, porque muchos tipos se van de putas y porque prefieren no tener que hablar sobre eso», reflexiona, consciente de lo que supone para ella, y para su estatus de ídolo generacional, interpretar un rol de la exposición física y emocional de Wendy. Porque lo de mirar hacia otro lado no va con ella. Así lo ha demostrado su férrea defensa de la ley del aborto en Argentina, cuya reciente aprobación siguió entre lágrimas al otro lado del charco. «En la vida hay balanzas y yo nunca quise equilibrarlas. No puedo conformarme con ser una artista a la que le va bárbaro y que no se mancha con los temas para que la gente la vea como alguien perfecto y hegemónico. Primero, porque nunca te van a querer todos; y segundo, porque prefiero que el público me siga con honestidad».
Esa máxima la aplica a cualquier aspecto de su proyección mediática. Tanto en el escrutinio de la prensa sobre su vida privada como en los artículos que convierten sus bailes virales con amigas como Úrsula Corberó y Nathy Peluso en excusas para reducirlas a etiquetas sexistas. «Si hago un vídeo como el que hice con ellas, cagándonos de risa haciéndonos las sexis, y el titular es Las bombas latinas, no pasa nada, porque la gente sabe qué clase de artistas somos las tres: cómo somos, cómo hablamos y cómo pensamos». No es la misma Lali que llegó a Madrid en noviembre de 2019. Agradece la introspección de estos últimos meses y detalles a priori tan simples como salir a la calle sin ser reconocida o entablar una amistad con alguien que desconoce su currículo estelar la han conectado con la anhelada adultez. «Descubrir que puedo caer bien a la gente por mis propias cualidades, sin que tenga nada que ver con mi fama o ser conocida, parece una tontería, pero fue algo muy guay, ¿eh?». Un anonimato que, a tenor de las expectativas puestas en Sky Rojo, tiene fecha de caducidad.
*Estilismo: Paula Delgado. Maquillaje y peluquería: www.beatrizmatallana.com. Asistente de fotografía: Enrique Escandell.
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